Veneno para las hadas
El Juego de las Brujas que Dejó de ser Inocente
En Veneno para las hadas (1986), el director Carlos Enrique Taboada —maestro del terror gótico mexicano— explora el lado más oscuro de la imaginación infantil. Flavia, una niña de familia acomodada recién llegada a la Ciudad de México, encuentra en Verónica no solo una amiga, sino una guía hacia un mundo de rituales secretos y supuestos poderes oscuros. Lo que comienza como juegos de niñas con pócimas imaginarias, gradualmente adquiere un tono siniestro cuando coincidencias mortales hacen dudar a Flavia: ¿realmente Verónica puede hacer magia negra?
Verónica: La Pequeña Manipuladora
Ana Patricia Rojo (Flavia) y Elsa María Gutiérrez (Verónica) ofrecen actuaciones inquietantemente convincentes. Verónica no es el típico “niño diabólico” —es una niña inteligente que usa el miedo a lo sobrenatural para controlar a su amiga. Sus mentiras sobre ser descendiente de brujas son tan elaboradas que incluso el espectador duda. La escena donde “invocan” la muerte del profesor de piano —que luego realmente fallece— es un masterclass en tensión psicológica. ¿Fue magia real o solo una macabra coincidencia?
México de los 80: Donde lo Cotidiano se Vuelve Macabro
Taboada aprovecha los escenarios urbanos de clase alta —casas grandes con jardines sombríos, colegios católicos— para crear un contraste entre el mundo “seguro” de los adultos y la realidad paralela de las niñas. La película cuestiona: ¿Quién es más peligroso? ¿Las supuestas brujas infantiles o los adultos que ignoran las señales de alarma? La secuencia en el bosque, filmada con una niebla artificial que parece algodón de azúcar envenenado, se queda grabada en la memoria.
Legado de un Clásico del Terror Mexicano
A diferencia del terror explícito, Veneno para las hadas funciona por lo que no muestra directamente. La muerte del profesor nunca se ve —solo sus consecuencias en la mente impresionable de Flavia. Hoy, la película es estudiada por su representación de la histeria infantil y como precursora de films como El orfanato. Taboada demostró que el verdadero horror no está en los monstruos, sino en perder la capacidad de distinguir la fantasía de la realidad —especialmente cuando se es demasiado joven para entender la diferencia.